viernes, 2 de septiembre de 2011

Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline

"De los hombres, y de ellos sólo, es de quien hay que tener miedo, siempre".
Con esta frase, al comienzo del libro, se puede definir lo que le está pasando a Céline cuando se celebran 50 años de su muerte y el estado francés ha decidido eliminarlo de las celebraciones nacionales, debido a su perfil antisemita. ¿Qué se juzga, a la persona o a la obra? Porque este "Viaje al fin de la noche" es magistral.
La novela narra la historia de Ferdinand Bardamu, evidente álter ego de Céline por sus paralelismos en la vida real, un joven parisino que se alista a la guerra contra los invasores alemanes en un momento de euforia, y que tras entrar en combate, nada vuelve a ser igual en su vida. En uno de sus múltiples episodios militares conocerá a Léon Robinson, personaje que le acompañará esporádica y permanentemente a lo largo de toda la historia.
Tras recibir una medalla por sus méritos en la guerra, decide que es mejor no volver y decide pasarse por loco, acabando en un manicomio, del que saldrá y partirá hacia una colonia francesa en África, en un terrorífico viaje en barco, donde nos mostrará el humillante desprecio a la vida de los lugareños ejercido por los colonizadores, algo que ya había tratado de una manera similar y magistral J. Conrad en "El corazón de las tinieblas", tras ingresar en la compañía Pordurière.
Debido a las condiciones insalubres y climatológicas en el centro de la selva, no le queda otra opción que desertar del puesto, y tras llegar medio muerto a la ciudad de San Tapeta, es vendido como esclavo y parte como remero hacia Ámerica. Una vez arribado a Nueva York, escapará y encuentra la forma de quedarse una temporada en la ciudad, aunque también deberá marcharse a Detroit porque no le acaba de salir bien la jugada.
Y de allí, vuelta a París, asqueado de todo, donde se hará doctor y se instala en el barrio de Rancy, en la periferia de la ciudad. Allí tratará, entre otras muchas familias y personajes, con los Henrouille, los cuales nos acompañarán hasta el final de la novela.
Pero no son sólo las desventuras del desgraciado Bardamu y el resto de los personajes que encuentra en su camino, lo atrayente del relato, sino la forma en que nos lo cuenta. Con un lenguaje malsano, rudo y nihilista, plasma una sociedad corrupta, donde el egoísmo y la avaricia se encuentran a sus anchas, y cualquier método es bueno para conseguir lo que se quiere. Desde la inutilidad de la guerra y sus consecuencias, hasta la locura del amor, se encuentran plasmados en esta biliosa novela.

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