miércoles, 2 de mayo de 2012

Martha Marcy May Marlene de Sean Durkin

Si la estupenda y recientemente analizada "Take shelter" no parece que sea la primera película Jeff Nichols, a Sean Durkin le pasa lo mismo en su estreno como director, en esta magnífica "Martha Marcy May Marlene". Además, casualmente, los temas que tratan son bastantes similares, ambas son dramáticas y terroríficas, aunque los exponen de manera totalmente opuestas.
Aquí el terror surge de lo conocido, de la comunidad a la que se ha pertenecido, pero de la que no hay más remedio que huir tras comprobar que todo es una falsa. Las razones para entrar en una secta pueden o deben ser múltiples, aunque doy por seguro que debes estar hundido y con la autoestima por los suelos; pero lo que creo que es evidente es que el jefe de todo el tinglado debe ser inteligente, embaucador y, sobre todo, poseer una oratoria espectacular. Una persona que es capaz de convertir a otra en un espectro que acata todas las decisiones sin hacerse preguntas, aunque esté en contra de tus ideales básicos; que sea capaz de vaciarte el cerebro y hacer de ti una marioneta, no puede estar al alcance de muchos. Y si una vez dentro vuelves a entrar en razón, salir debe ser complicado y volver al mundo real, paranoico.
Esto es lo que le ocurre a Martha (una estupenda y frágil Elizabeth Olsen, la hermanísima pequeña de las gemelas Olsen, ahí lo lleváis), que tras escapar de una comuna, sólo encuentra refugio en su hermana, a quien llama tras dos años sin dar señales de vida. Ella la acoge en su casa de veraneo, donde vive con su marido, pero la colisión entre ambos grupos es inmediata, son dos mundos opuestos. Martha es incapaz de relacionarse en estos momentos con sus iguales, sus hábitos no tienen nada que ver con cualquier persona civilizada, tras su temporada en el infierno. No quiere volver sobre sus pasos, aunque a veces se encuentre tentada a ello, pero tampoco se encuentra a gusto - no entiende el mundo exterior, sus reglas son distintas - con lo que le rodea.
Todo esto nos lo cuenta Durkin de manera primorosa, combinando el presente y el pasado mediante delicados flashbacks perfectamente encadenados, gracias a un montaje exquisito, que fluyen de manera natural. Y para finalizar nos deja con un angustioso e inquietante final, en sintonía con los de Michael Haneke.

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