martes, 9 de abril de 2013

The walking dead, tercera temporada

Los primeros minutos de la tercera temporada de "The walking dead" nos introdujeron en una dinámica a la que no estábamos acostumbrados. Lo que anteriormente era un grupo inconexo, donde cada uno iba a su bola, se había convertido en un equipo perfecto, cada elemento tenía asignada una misión y actuando con profesionalidad y sangre fría, son una escuadrón letal.
El único problema era que su vida se había vuelto nómada, eran incapaces de encontrar un lugar seguro donde, al menos, pasar unos días de descanso; los caminantes estaban por todas partes y bastante caninos, cada vez hay menos carne fresca.
Afortunadamente este grandioso comienzo, que parecía un corto silente, no fue un espejismo. La temporada, dividida de nuevo en dos partes, ha alcanzado un nivel bastante superior a las anteriores.
El primer episodio, "seed", continua con el grupo en una situación desesperada. Tras pasar un largo y duro invierno dando vueltas en círculo a la misma zona, ya que todas las vías de escape están impracticables, Lori está a punto de dar a luz a su bebé. No queda más remedio que encontrar un sitio donde puedan cobijarse de manera tranquila el mayor tiempo posible. Y aquí es donde aparece la prisión que vimos al final de la segunda temporada, aunque llegar a los barracones no va a ser un camino de rosas.
Esto nos llevaría a la tónica habitual y rutinaria de la serie, una amenaza tras otra, de la que siempre habrá que salir por patas. Por lo tanto, para que esta temporada haya dado ese salto de calidad que tanto necesitaba, ha sido necesario la introducción del personaje del Gobernador, un gran David Morrissey.
Que los caminantes son malos, lo sabemos; que son torpes, también. Su intelecto es cero y son incapaces de aplicar cualquier lógica razonada, el uso del conocimiento adquirido ha desaparecido y lo único que les ha quedado en esta nueva vida es un apetito insaciable. Así que nada mejor que meter a un tipo que sea un lobo con piel de cordero. Uno, que al contrario que los devoradores, tenga una doble cara. La buena y encantadora es la que muestra a los lugareños de Woodbury, una especie de aldea inexpugnable en medio del terror, un hombre de paz al servicio de la comunidad; la contraria, la de un ser maquiavélico, sin remordimientos ni moral, es la que conocen sólo sus pretorianos, los cuales acatan sus órdenes a pies juntillas.
El choque de trenes está asegurado, sólo falta que ambos se crucen en el camino. Ahí es donde entra uno de los personajes más esperados y esperables desde que desapareció al principio de la serie, Merle. No va a ser el único que vuelva a visitarnos, también hay otro más del que no daré pistas y nos muestra como la desesperación y la esquizofrenia es capaz de atraparnos en una espiral infinita.
Además del Gobernador, la samurái Michonne (Danai Gurira) es el otro nuevo y misterioso personaje que nos alegra la vida. Poco sabemos de ella, pero sus actos y sus escasas palabras hacen que se convierta en una figura capital, al contrario que su compañera de fatigas, Andrea, que poco a poco va perdiendo el norte, con lo que eso conlleva en un mundo apocalíptico.
Esperemos que la próxima temporada mantenga este gran nivel, aunque el final anticlímax de ésta nos haya dejado un poco noqueados.

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